RELATIVISMO Y BIOÉTICA
1. Qué es el Relativismo
El Relativismo postula que no hay sino verdades provisionales o relativas, dada la imposibilidad para el hombre de alcanzar verdades definitivas o absolutas, cualquiera que sea el ámbito en que nos movamos. Por tanto, se podría definir como una forma mitigada de escepticismo: a lo más se podría hablar de las preferencias de cada uno, de opiniones, pero no de verdades que a todos se imponen por su misma evidencia.
Una anécdota nos ayudará a plantear el tema. Narra el profesor Peter Kreeft cómo un día, en una de sus clases de ética, un alumno le dijo que la moral era algo relativo y que como profesor no tenía derecho a imponerle sus valores. "Bien –contestó Kreeft, para iniciar un debate sobre aquella cuestión-, voy a aplicar a las clases tus valores, no los míos: como dices que no hay absolutos, y que los valores morales son subjetivos y relativos, y como resulta que mi conjunto particular de ideas particulares incluye algunas particularidades muy especiales, ahora voy a aplicar ésta: todas las alumnas quedan suspendidas". Todos quedaron sorprendidos y protestaron de inmediato diciendo que aquello no era justo. Kreeft, continuando con aquél supuesto, le argumentó: "¿Qué significa para ti ser justo? Porque si la justicia es sólo mi valor o tu valor, entonces no hay ninguna autoridad común a ti y a mí. Yo no tengo derecho a imponerte mi sentido de la justicia, pero tampoco tú a mí el tuyo. Sólo si hay un valor universal llamado justicia, que prevalezca sobre nosotros, puedes apelar a él para juzgar injusto que yo suspenda a todas las alumnas. Pero si no existieran valores absolutos y objetivos fuera de nosotros, sólo podrías decir que tus valores subjetivos son diferentes de los míos, y nada más".
Ser relativista equivale a no tener convicciones: es la muerte de la persona. Quien carece de convicciones no se toma nada en serio. Para esta persona, las cosas carecen de valor. Sólo tienen precio, y son intercambiables: las cosas y las personas. Pero lo cierto, como muestra el suceso narrado en el aula, es que el respeto a la libertad se nutre de convicciones firmes.
El relativismo no es, en rigor, una doctrina, ya que no es posible ser relativista hasta las últimas consecuencias. Ortega decía que el relativismo es una teoría suicida: cuando se aplica a sí misma, se mata. Así por ejemplo, en rigor, no se es relativista con respecto a la ciencia experimental y a la técnica, ni en relación con ciertas normas imprescindibles de justicia y civilidad (sobre el robo no hay discusión). Con una incongruencia en la que no todos reparan, el relativismo se restringe a la ética, donde no se reconoce verdad ni mentira, solo feelings. De ahí el nuevo imperativo categórico de no imponer la propia moral al prójimo.
2. Raíces del Relativismo. Tolerancia e intolerancia.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? El relativismo surge como un intento de evitar los horrores de los regímenes totalitarios (fascismo, nazismo, comunismo) que llevan consigo la intolerancia hacia lo diverso, hasta el exterminio físico del disidente. Aquí nos encontramos con la estrecha alianza entre tolerancia absoluta y relativismo. Llevados del deseo de tolerarlo todo para evitar la intolerancia asesina, se llega a relativizarlo todo.
El italiano Norbeto Bobbio, autor de obras sobre Filosofía política, señala que hay dos sentidos de tolerancia: uno positivo, que es firmeza de principios y se opone a la indebida exclusión de lo diferente; y otro negativo, como indulgencia culpable, condescendencia con el error, que se opone a la justa exclusión de lo que puede hacer daño a las personas o a la sociedad. Y advierte que "nuestras sociedades democráticas y permisivas sufren de exceso de tolerancia en sentido negativo, de tolerancia en el sentido de dejar correr (...), de no escandalizarse ni indignarse nunca por nada". Como ejemplo menciona que en una ocasión le pidieron su apoyo para una petición a favor del ‘derecho a la pornografía’.
Lo que lleva a la intolerancia no es en sí misma la creencia de que hay verdades, sino el no sostener una: que es inmoral violentar las conciencias. Cuando este principio es respetado, entonces se tiene un criterio coherente para limitar la tolerancia.
El relativismo, además de no justificar bien la necesidad de limitar la tolerancia, no vacuna contra la intolerancia. El razonamiento que ha llevado a fomentar el relativismo, tras la II Guerra mundial, adolece de un error de diagnóstico: las ideologías totalitarias imponen la razón de Estado –o de raza, o de clase- porque previamente relativizan profundamente la ética.
3. Los riesgos del Relativismo
El riesgo de un clima relativista consiste en que fomenta la idea de que vale opinar cualquier cosa, sin la necesidad de responder ante instancias objetivas. Al instalar las creencias en el reino de la pura subjetividad, el relativismo tiende a convertir las opiniones en obstinaciones. Entonces, el entendimiento mutuo se torna más difícil, y el fanatismo puede volver inesperadamente por sus fueros perdidos. Alemania, que tras el nazismo instauró un sistema educativo pensado para impedir que pudiera repetirse la intolerancia, se pregunta ahora de dónde han salido esos jóvenes que atacan a los inmigrantes. El fenómeno es complejo y no admite una explicación única. Pero cabe preguntarse si, en medio de un relativismo ambiental, es posible inculcar eficazmente las convicciones que sustentan la reverencia por la dignidad de la persona.
Decimos que, paradójicamente, en el relativismo las opiniones derivan hacia obstinaciones. ¿Por qué se obstinan tantos en obtener celulas totipotentes a partir de tejidos del embrión humano cuando se pueden obtener de otros tejidos de adultos? Al final se cae en la cuenta de que inconfesables intereses económicos y de influencia se esconden tras estas obstinaciones intolerantes.
4. Consecuencias del Relativismo: el permisivismo
Hemos descrito el Relativismo como el remedio que algunas corrientes de pensamiento propugnaron para evitar en adelante los horrores del totalitarismo: para evitar tales locuras lo mejor es declarar que carece de sentido afirmar una verdad objetiva, no provisional. Así, quedaría sin fundamento cualquier intento de imponerla por la fuerza. Por eso, entre otras cosas, hoy tantas veces se defiende la tolerancia y la libertad con el relativismo, y la convicción de estar en la verdad cae bajo sospecha.
El resultado de esta alergia a la verdad de las cosas y personas es el permisivismo, que más o menos se sostiene en la práctica, mientras no se le pidan las razones profundas de su justificación. Recientemente, en Alemania se han prohibido actos públicos de grupos neonazis, lo que supone limitar el derecho de manifestación. En Francia, donde sin duda hay libertad de expresión, el gobierno ha clausurado dos periódicos de musulmanes ligados al FIS argelino, por su "tono violentamente anti-occidental y anti-francés", según la explicación oficial.
Pero ahora hay que preguntarse si podemos justificar semejantes medidas a la vez que utilizamos un discurso éticamente débil (relativista) para fundamentar el permisivismo. Pues también aquellos a los que no se puede tolerar tienen su verdad, su criterio para definir lo bueno y lo malo. Sin referencia a una verdad universal, resulta difícil explicar por qué ponemos ciertos límites a la tolerancia.
Para el permisivismo es sospechosa de dogmatismo la afirmación de que "sólo una moral que reconoce normas válidas siempre y para todos, sin ninguna excepción, puede garantizar el fundamento ético de la convivencia social". Les parece una imposición de la moral católica.
La Iglesia al enseñar que existen normas éticas universales e inmutables, válidas por tanto también para los no creyentes, demuestra su confianza en el poder de la razón humana para conocer con certeza las exigencias necesarias de la dignidad humana (exigencias que en muchos casos son confirmadas por la Revelación), y afirma que los valores personales no admiten un tratamiento instrumental o violento. Bajo este doble aspecto, hace un servicio de incalculable valor a los hombres y a la sociedad.
No cualquier idea del hombre puede fundamentar los derechos de la libertad, los derechos humanos en general, como ha demostrado, por ejemplo, la teoría y la práctica marxista.
5. La existencia de la verdad
Hemos hablado en el epígrafe anterior de normas o verdades universales e inmutables, exigibles, por tanto, a todo ser humano que se precie de tal. No válidas sólo para una porción de hombres -los creyentes- sino para todo ser que posea la vida humana desde su concepción hasta la muerte. Son normas que garantizan el respeto a la dignidad humana. Su formulación más conocida es el Decálogo cristiano, aunque ya antes eran conocidas por la Humanidad.
Las almas de los egipcios muertos se justificaban ante Osiris con esta confesión: "Traigo en mi corazón la verdad y la justicia, pues he arrancado de él todo mal. No he hecho sufrir a los hombres. No he tratado con los malos. No he cometido crímenes. No he hecho trabajar en mi provecho con abuso. No he maltratado a mis servidores. No he blasfemado de los dioses. No he privado al necesitado de los necesario para la subsistencia. No he hecho llorar. No he matado ni mandado matar. No he tratado de aumentar mis propiedades por medios ilícitos, ni de apropiarme de los campos de otro. No he manipulado las pesas de la balanza. No he mentido. No he difamado. No he escuchado tras las puertas. No he cometido jamás adulterio. He sido siempre casto en la soledad. No he cometido con otros hombres pecados contra la naturaleza. No he faltado jamás al respeto debido a los dioses" .Podrían presentarse textos análogos de otras culturas, que muestran cómo estas verdades son universales, comunes de una manera u otra a todas las culturas que se han sucedido en la historia de la humanidad. Son verdades universales e inmutables.
Pero ¿qué es la verdad? Estamos de nuevo ante la pregunta de Pilatos a Jesucristo, que zanja la cuestión sin resolverla.
Las complicaciones sobre el término verdad son típicamente filosóficas. De forma pre-filosófica no existen grandes dificultades para utilizar el término verdad. Hasta el más escéptico utilizará el término y el concepto de verdad cuando, por ejemplo, se le acuse de haber hecho algo que "no he hecho, en modo alguno, ésa es la verdad".
La antigua definición de verdad (adecuación del entendimiento con la realidad) mantiene su validez cada vez que alguien sufre las desventajas de la negación –en carne propia- de la verdad. Si nos mantenemos en este plano de lo vivencial nadie puede negar este concepto de verdad. Cuando el objeto del conocimiento es algo externo a la persona (una cosa, un comportamiento interpersonal), no hay grandes inconvenientes para admitir que verdad es la adecuación entre conocimiento intelectual y realidad.
En la mayoría de los ámbitos (el de las ciencias experimentales, sociales, humanas) las verdades pueden decirse provisionales en sentido propio. Absolutizarlas significa renunciar a un conocimiento más profundo. Sólo en el ámbito de la ética –común a todo ser humano- podemos encontrar verdades absolutas: los derechos humanos, verdades que garantizan el respeto al ser humano, fundamentos de la inviolabilidad de la persona, sea de la condición que sea. Constituyen una ley no escrita, asentada en la razón de cada hombre, por el mero hecho de ser hombre. Son la verdad del ser humano.
Una verdad completa, absoluta, sólo puede ser creación de un sujeto absoluto, de la plenitud del ser, de Dios. La aceptación por el hombre de verdades absolutas es una fe; es decir, una adhesión a algo que el hombre no ha creado: el hombre no ha creado al ser humano, por tanto, no tiene poder sobre la vida o la muerte. Debe respetar la vida... y respetar la muerte. No debe manipular al ser humano mediante la clonación, aunque pueda hacerlo, porque su ciencia se lo permite. Sería manipular la verdad (absoluta) del ser humano.
El relativismo desabsolutiza la verdad profunda del hombre (ya no es un ser en sí, sino un ser para mí, dice) y se apresta a manipular al hombre: es el relativismo bioético que juega con los embriones humanos, introduciéndolos en el ámbito del economicismo y el afán de poder.
6. Qué es la Ética
Una vez expuesto qué es el relativismo, debemos plantearnos qué es la ética para llegar a la noción de relativismo ético. Se podría definir la ética diciendo que es el arte de vivir como un ser humano
Hemos dicho que el relativismo supone abdicar de la posibilidad de llegar a conocer la verdad y el bien como meta del ser humano. En una palabra, desconfiar de la capacidad del hombre para conocer y amar, para ser feliz.
Los medios concretos para alcanzar la verdad y el bien no están dados definitivamente a cada sujeto, porque es la libertad de cada uno quien tiene que elegirlos. Está dado el fin general de la naturaleza humana (felicidad, perfección), pero no los medios que conducen a esos fines. Es decir, hay muchísimo que inventar, que decidir, a lo que aventurarse. La orientación general está dada por nuestra naturaleza humana, pero ésta necesita que la persona elija los fines secundarios y los medios. Y, dado que no es instintivo en el ser humano alcanzar los fines naturales del hombre, la naturaleza humana tiene unas referencias orientativas para la libertad; es decir, tiene unas normas, unas leyes que le permiten encauzar (libremente) el cumplimiento de ese anhelo constitutivo, y que configuran lo que podríamos llamar una guía de la naturaleza humana. Si se vive lo indicado en ellas, estaremos un poco más cerca del objetivo; si no se vive, nos alejaremos de él.
La primera de las normas de esta ‘guía de la naturaleza humana’ tradicionalmente se ha formulado así: Haz el bien y evita el mal. No un mal y un bien externos y extraños a nosotros, sino nuestro mejor bien, evitando lo que nos daña: hacer el bien y evitar el mal es una invitación positiva a que cada uno haga de sí mismo el mejor de los proyectos posibles. Eso son las normas morales, que tienen como fin establecer unos cauces para la que la libertad elija de tal modo que contribuya a los fines y tendencias naturales. La ética estudia cómo y de qué modo son obligatorias las normas morales, y cuáles son en concreto esas normas morales.
Esas normas no se cumplen necesariamente, sino sólo si uno quiere. Pero están ahí porque la realidad humana está ahí, y ‘tiene sus leyes’, sus caminos. Y es que el desarrollo de la persona y el logro de sus fines naturales tiene un carácter moral, ético. La ética es algo intrínseco a la persona, a su educación, y a su desarrollo natural. Es el criterio de uso de la libertad.
Por tanto, no cabe entender la ética como un ‘reglamento’ que venga a molestar a los que viven según les apetece. Sin ética no hay desarrollo de la persona, ni armonía entre el alma y el cuerpo. A poco que se considere quién es el hombre, enseguida surge la evidencia de que, por ser persona, es necesariamente ético: "la ética es aquel modo de usar el propio tiempo según el cual el hombre crece como un ser completo". La naturaleza humana se realiza y perfecciona mediante decisiones libres, que nos hacen mejores porque desarrollan nuestras capacidades. El hombre o es ético, o no es hombre.
Marina dice de la ética que es un saber muy difícil, que exige una enorme cantidad de información sobre el ser humano, su historia, sus necesidades, tendencias y aspiraciones. Ha de conocer qué es el hombre y lo que puede ser. Tiene que justificar racionalmente sus aspiraciones igual que la ciencia. No puede confundirse, sin embargo, con ella. La ciencia sólo habla de lo que hay. La ética de lo que debe haber. Es la punta de lanza de la inteligencia humana, que nos abre camino en la maraña de la selva, y nos permite inventar un mundo habitable.
7. Qué es el relativismo ético
La objeción más persuasiva contra la verdad es la que establece el relativismo de los valores o relativismo ético: cada quien tiene que tener por bien lo que considera que es bueno para él, sin tener que someterse a unos criterios objetivos que, a fin de cuentas, serían extraños a las capacidades de su propia libertad. Los valores serían algo privado, incluso puras referencias sentimentales e irracionales.
¿Existen unos valores o criterios de actuación comunes para todos los hombres? El relativismo de los valores contesta negativamente a esta pregunta. Es la aplicación del escepticismo al ámbito de la razón práctica.
La proposición ‘lo que es verdad para unos no es verdad para otros’ se podría aplicar a las decisiones que conforman la conducta, pero no a los principios éticos a partir de los cuales se decide la conducta, porque éstos son los principios del actuar y los valores comunes a todos los hombres. Los derechos humanos brotan de las exigencias propias de la naturaleza y del ser del hombre. Son los valores comunes para todos: no son algo negociable, no pueden dejarse a la decisión de la mayoría, pues no dependen de lo que decidamos acerca de nosotros, sino de lo que en realidad somos.
Si el relativismo de los valores se mantiene de una forma extrema, se hace necesario negar que exista una naturaleza humana poseedora de unos bienes humanos comunes a todo hombre; pero de hecho, las certezas básicas e iniciales del comportamiento práctico son espontáneas y no demostrables y dan por supuestos esos bienes a la hora de regir la conducta, pues están ya presentes en todo actuar. El hombre no inventa esos bienes originales, sino que los descubre en sí mismo, en lo más profundo de su ser, cuando piensa y obra honradamente. Colón no inventó América, la descubrió. Algo semejante le ocurre al hombre con esas verdades profundas de su ser (la verdad, el bien, la hermosura, la felicidad en una palabra). El relativismo impide la defensa de lo que somos, el respeto a lo que somos, porque todo lo trivializa.
Cuando piensa y obra honradamente, decimos. Porque cuando piensa y obra interesadamente, con un interés torcido, puede llegar a torcer la verdad de las cosas y de sí mismo en orden a sus intereses: "Un mal amor (el interés personal) me hizo ver recto (distorsiona) el camino torcido (la realidad)", palabras de Dante que sintetizan un largo discurso ético. El interés no recto -que no se adecúa a la verdad del ser humano- es un auténtico sida para la conciencia. El peso de los intereses -éxito, fama, placer, poder...- es a veces una atracción a veces con más peso que la realidad. Si se vive de espaldas a la realidad, se acaba en la autojustificación. Podríamos decirlo de otro modo: cuando no se vive como se piensa, se acaba pensando como se vive, creando toda una teoría para justificar el propio comportamiento.
8. Qué es la Bioética: su fundamento y principios
El ser humano, debido a su interioridad, se encuentra en la cima de todos los demás seres de la tierra; es el único que es persona, que es sujeto y no objeto, que ha de ser tratado como fin, y no como medio, que tiene dignidad.
Respetar la dignidad del hombre y de la mujer exige que cada ser humano sea respetado individualmente; valorar la radical igualdad de todos los seres humanos y la distinción entre ellos, valorar qué se es y no quién se es.
La persona humana es materia y es espíritu; respetar el cuerpo es respetar la persona, salvaguardar su identidad. El ser humano no se reduce a su cuerpo, pero tampoco existe sin él. Cualquier intervención sobre el cuerpo humano afecta a la persona misma.
Hay que ser consciente al mismo tiempo de la dignidad personal de todo hombre y de toda mujer –concretamente del cuerpo humano-, y de la parcialidad del método científico; los problemas que se suscitan con la técnica sólo pueden ser solucionados desde una perspectiva superior, donde se involucren todas las dimensiones del ser humano: éste es el plano de la de la ética. La Bioética aplica los principios de la ciencia ética a las ciencias Biomédicas, de modo que éstas respeten y promocionen la dignidad del ser humano como cima de los seres del universo. Hace que la ciencia Biológica y la Medicina tengan conciencia de la dignidad del ser humano y estén a su servicio. La Bioética se mueve, pues, en un plano superior a la Medicina y a la Biología, iluminándolas desde arriba, a modo de un conocimiento sapiencial que orienta su investigación básica y aplicación. La Bioética enseña la primacía de la ética sobre la técnica, de la persona sobre las cosas.
A la producción le corresponde la técnica, y a la acción la sabiduría. La habilidad técnica dispone al hombre a producir bien, a realizar productos que son perfectos para el fin que son hechos. La sabiduría dispone al hombre para actuar bien, para cumplir aquellas elecciones que son conformes al bien de la persona como persona. Esto es: el bien al que se ordena la sabiduría es el bien de la persona, y por tanto, su ejercicio la hace buena; la habilidad técnica la hace capaz de producir mejor, pero no de ser mejor.
El dominio del ser humano sobre el resto de los seres ha de estar medido por el bien de la persona.
El respeto a la dignidad del hombre y de la mujer, y los límites que ese respeto exigen al disponer del cuerpo –propio o de los demás-, no permite que sea manipulado arbitrariamente.
Una vez desarrollado brevemente el fundamento de la Bioética, pasemos a sus principios:
a) Principio de defensa de la vida.
"Todo individuo tiene derecho a la vida..." (Declaración universal de los derechos humanos). Respetar, defender y promover la vida es el primer deber ético del ser humano para consigo mismo y para con los demás; este principio tiene una validez y universalidad propia. La vida corporal representa el valor fundamental de la persona misma.
En el ámbito de la promoción de la vida humana se inscribe la defensa de la salud. El derecho a la vida precede al llamado derecho de la salud, la salud es una cualidad de la persona que vive. Existe la obligación moral de defender y promover la salud para todos los seres humanos en proporción a sus necesidades. No se trata de un derecho a la salud, que ningún sistema puede garantizar, sino del derecho a los medios y a los cuidados indispensables para la defensa y la promoción de la salud.
b) Principio de libertad y de responsabilidad
En la libertad y la responsabilidad está el origen del acto ético. El derecho a la vida es anterior al derecho a la libertad; la vida es la condición indispensable para que pueda ejercerse la libertad. El médico no puede transformar el cuidado en obligación cuando no está en juego la vida; es necesario el consentimiento del paciente. Médico y paciente son responsables de la vida y de la salud como bien personal y como bien social, aunque prioritariamente son responsabilidad del paciente.
c) Principio de totalidad o terapéutico
Para salvar el todo y la vida misma del sujeto, se debe intervenir incluso mutilando una parte del organismo. Proporcionalidad de la terapia: que exista cierta proporción entre los riesgos y daños que acarrea y los beneficios que aporta. Evaluar en el contexto de la totalidad de la persona.
d) Principios de socialidad y subsidiaridad
La propia vida y la salud no son sólo un bien personal, sino también social que se debe promover. La sociabilidad es una característica de la personalidad, y la vida y la salud son bienes primarios de la persona que dependen también de la ayuda de los demás. Este principio puede justificar la donación de órganos y tejidos, aunque implique alguna mutilación en el donante –evidentemente voluntaria-.
En términos de justicia social, este principio obliga a la comunidad a garantizar a todos y a cada uno los medios para acceder a los cuidados necesarios. Aquí se confunde con el principio de solidaridad, por el que la comunidad debe ayudar más allí donde es mayor la necesidad (cuidar más a quien esté más necesitado de cuidados, y gastar más con quien más enfermo está), y por otra parte no debe suplantar o sustituir la libre iniciativa de los particulares o grupos, sino garantizar su funcionamiento.
e) Principio del doble efecto o voluntario indirecto
Es lícito el acto médico que tiene dos efectos, uno bueno y otro no, y se realiza buscando el efecto positivo, existiendo un motivo grave y proporcionado, y no habiendo otros tratamientos, aunque de manera secundaria y no querida, se produzca un efecto negativo. Por ejemplo, es lícito administrar fármacos para aliviar el dolor en un enfermo terminal, aunque de manera secundaria e inevitable se produzca un acortamiento de la vida.
f) Principio de beneficencia
Corresponde al fin primario de la Medicina promover el bien para el paciente o la sociedad y evitar el mal; es más que el hipocrático primum non nocere (ante todo no dañar), llamado también principio de no maleficencia.
g) Principio de autonomía
Se refiere al respeto debido a los derechos fundamentales del ser humano, incluido el de la autodeterminación. Se inspira en la máxima no hacer a los demás lo que no quieras que te hagan a ti; respeto mutuo. En este principio se basan, sobre todo, la alianza terapéutica entre el médico y el paciente, y el consentimiento del paciente en las pruebas diagnósticas y en los tratamientos. Forma parte también de la beneficencia y está al servicio de la misma.
h) Principio de justicia
Se refiere a la obligación de igualdad en los tratamientos y, respecto al Estado, en la distribución equitativa de los recursos para prestar los servicios de salud, para la investigación, etc.; esto no quiere decir tratar a todos por igual, porque las situaciones clínicas y sociales son diversas.
Los principios de beneficencia (1), autonomía (2) y justicia (3) están jerarquizados según este orden, y han de considerarse en el contexto del valor fundamental del bien de la persona humana. No hay que aplicar pasiva y sistemáticamente estos principios a cada caso, sino que hay que tener un comportamiento activo y de compromiso moral.
BIBLIOGRAFIA
Burgos, 15.01.03