Por otra parte y por desgracia, en la actualidad son muchos los profesionales sanitarios que avalan su conducta ética en una adecuación a los preceptos legales establecidos, convirtiéndose en fieles cumplidores de una legislación que, además, es restrictiva. Pero lo ético y lo legal no son términos intercambiables. La norma jurídica existe desde su positivación como resultado de un consenso histórico o social; en cambio, la norma moral preexiste a ésta y, en principio, ata al hombre con la obligatoriedad que reviste la ley moral (2). Por tanto, el buen farmacéutico será el que, además de poner toda su competencia y empeño en cumplir sus deberes profesionales y las normas legales que le afectan, busque la realización de todas las dimensiones humanas en su compromiso con el paciente, y sepa dialogar con cada una de las opciones morales que encuentre en el ejercicio de su actividad, sean éstas las de otros profesionales sanitarios o las del propio paciente.
En efecto, el concepto de atención farmacéutica ha venido a identificar al paciente como objetivo directo y centro inmediato de la actividad profesional del farmacéutico. En este contexto, el farmacéutico establece un compromiso personal con el paciente individualmente considerado, de modo que es responsable de los resultados que sus decisiones y acciones produzcan en el paciente (3).
Pero tales decisiones y acciones no pueden sustentarse únicamente en los conocimientos que de las ciencias biomédicas se tengan, porque sólo con los datos científicos, en una actividad como la sanitaria, en la que existe incerteza y que afecta al bienestar de otros, pocas decisiones pueden tomarse; es preciso situarse en el terreno del bien, lo bueno y lo justo, y no sólo desde el punto de vista del profesional sanitario, sino atendiendo también a la opinión del paciente. En el ámbito de la sanidad, toda decisión científica recae siempre sobre el sujeto humano. Así pues, para la toma de decisiones sanitarias es lógico que no se apele solamente a los datos de la ciencia - por muy avanzada que ésta sea -, sino que hay que tener muy en consideración aquellos datos provenientes del ser en el que hay que aplicar esa ciencia, un ser como el hombre que es digno, que es libre y que, en función de esa dignidad y de esa libertad, tiende con su vida hacia un fin que le es propio (4).
Por otra parte, las ciencias de la salud están llamadas a ayudar al hombre a paliar el dolor, el sufrimiento y la enfermedad. Ahora bien, el criterio de éxito no puede convertirse en principio fundante y último del cuidado del paciente. Lo decisivo desde el punto de vista ético en la asistencia clínica y en el quehacer del profesional sanitario es la decisión acerca del bien. Una sanidad así ejercida, una sanidad que no se contraponga a la ética, sino que la realice en sí, es, qué duda cabe, una sanidad también exitosa, incluso más exitosa que la basada solamente en el fin curativo. Por eso la sanidad que realmente triunfa es la que está apoyada en el comportamiento ético del profesional sanitario y no la medicina tecnológicamente triunfalista y, sin embargo, paupérrima desde a perspectiva ética. ¿Para qué serviría un triunfo médico, desde la perspectiva tecnológica, si constituye un aparatoso fracaso ético y va en contra de los deseos y las expectativas del paciente?. Este es precisamente uno de los retos que tiene planteados la medicina moderna. El avance tecnológico y las numerosas y necesarias especialidades surgidas han hecho que la medicina
avance considerablemente. Pero en este ámbito hay una fuerte disonancia entre la búsqueda del éxito y la tecnología médica más audaz y sofisticada, por una parte y, simultáneamente, el olvido de la dignidad y del respeto que son debidos al hombre enfermo. El problema más acuciante de la medicina contemporánea no reside tanto en la innovación tecnológica de sus procedimientos como en el rearme ético de los profesionales sanitarios. Es preciso optar por este rearme ético, condición indispensable para el ejercicio profesional pleno y satisfactorio en la acción de curar, cuidar, aliviar, compartir o, smplemente compañar - cuando no se puede hacer otra cosa- (4).
Debe señalarse que, en los últimos 25 años, se ha pasado de una situación en la que el tratamiento de los temas éticos era abordado desde las iglesias o confesiones religiosas, a una situación nueva en la que se da un debate secular sobre tales temas; es decir, de una ética de fundamentación exclusivamente religiosa a una ética de fundamentación racional. Así, los nuevos dilemas planteados por el gran avance de las ciencias biomédicas deben ser abordados en el ámbito de las sociedades seculares y pluralistas, y a los que es necesario dar una respuesta desde una ética común, en alguna manera consensuada y que refleje las cnvicciones éticas compartidas (5).
La práctica sanitaria moderna está íntimamente ligada al desarrollo de la investigación científica y a la aparición de nuevas tecnologías, que ofrecen posibilidades sin precedentes. Por ello, en la actualidad se suscitan problemas totalmente nuevos que la ética tradicional no podía ni tan siquiera prever. Finalmente, en la formación de los profesionales sanitarios se echan de menos los criterios antropológicos que permitan tomar la decisión clínica y ética más adecuada para cada enfermo. Como resultado de esta situación, se suscitan no pocas dudas y contradicciones en la práctica clínica cotidiana, tanto a nivel individual como colectivo (4).
En este contexto surge la bióetica (del griego "bios", vida y "ethos", ética). La bioética puede definirse como el estudio sistemático de la conducta humana en el ámbito de las ciencias de la vida y del cuidado de la salud, en cuanto se examina esta conducta a la luz de los valores y de los principios morales (4). En este sentido, la bioética, desde su propia etimología, desborda la temática de las clásicas ética o moral médicas, ya que no sólo se refiere a los problemas que surgen en el ámbito sanitario, sino que incluye una preocupación ética generalizada por toda vida -bios. Así, los problemas relacionados con los derechos de los animales y, sobre todo, la problemática suscitada por el grave deterioro medioambiental, también entran de lleno dentro de la temática bioética (5).
Ahora bien, la tarea de la bioética no es la de determinar y elaborar nuevos principios éticos generales, sino la de aplicar los principios generales a los nuevos problemas que se ofrecen a la consideración de la acción humana en el reino de la vida (4). Así, desde el informe Belmont, la bioética opera a la luz de cuatro principios fundamentales: no-maleficiencia, beneficiencia, autonomía y justicia; algunos autores añaden además los de honestidad y eficiencia.
El principio de no-maleficiencia establece la obligación de no causar daño o perjuicio ("primum non nocere", "ante todo, no hacer daño"). Es la exigencia ética primaria de que el profesional sanitario no utilice sus conocimientos o su situación privilegiada en relación con el enfermo para infligirle daño (5).
El principio de beneficiencia debe tomarse en su sentido etimológico de "hacer el bien", pero no en el sentido desprestigiado de una caridad ineficaz y paternalista. Así, el principio de beneficiencia establece la obligación de que un individuo A haga bien a B, si se dan las siguientes condiciones (5):
Por tanto, para que el principio de beneficiencia sea obligatorio debe haber un cálculo de costes y beneficios. Ciertamente, este cálculo es sumamente complejo, y no es fácil identificar, diversificar y evaluar los costes y beneficios (5).
El principio de no-maleficiencia es más general y obligatorio que el de beneficiencia: Pueden darse situaciones en que un profesional sanitario no esté obligado a tratar a un enfermo, pero sí lo estará siempre a no causarle positivamente daño alguno.
Este doble carácter del principio de beneficiencia y del de no-maleficiencia puede originar situaciones conflictivas; Por ejemplo, cuando la acción de beneficio se contrapone a la de no comisión de un perjuicio (ej. : las reacciones adversas a medicamentos); en estos casos el profesional sanitario se ve impulsado a seguir la máxima de "no hacer daño, a menos que tal daño esté intrínsecamente relacionado con el beneficio por alcanzar" (6).
La gran crítica contra el principio de beneficiencia es su peligro de paternalismo; el que se aplique sin consentimiento del enfermo, sin que éste decida aceptar el bien que se le quiere hacer como bien suyo, incluso en contra de su voluntad (5).
El principio de autonomía establece el respeto a la persona, a sus propias convicciones, opciones y elecciones que deben ser protegidas, incluso de forma especial, por el hecho de estar enferma. Tiene su base en la concepción occidental del individuo como un ser autónomo, capaz de dar forma y sentido a su vida. Ser autónomo es tener una "voluntad autolegisladora", y un acto se considera autónomo cuando coinciden tres premisas: intencionalidad, conocimiento y ausencia de control externo. El principio de autonomía está en la base del nuevo marco de relación entre los profesionales de la salud y los pacientes (ej. : Cartas de los Derechos de los Enfermos). Puede decirse que el consentimiento informado es la primera concreción del respeto hacia la autonomía y la capacidad de decisión de toda persona capaz (5). Muchos de los problemas éticos que surgen en la práctica clínica diaria tienen por origen la falta de respeto del principio de autonomía.
En los últimos años ha sido objeto de debate la posibilidad de que el paciente pueda influir en las decisiones médicas. La opinión está dividida en dos grandes grupos: así, si se considera que el valor fundamental de la práctica sanitaria es el bienestar del paciente, la participación de éste en la toma de decisiones puede ser secundaria. Si, por el contrario, el respeto al paciente es considerado como principal valor ético, entonces es posible que en algunas circunstancias aquel tome decisiones diferentes de las que el profesional sanitario considera más adecuadas. En otras palabras, existen dos marcos éticos generales en la práctica sanitaria: en uno, el interés por la autonomía del paciente se subordina a su beneficio, mientras que en el otro, el punto de referencia es el respeto al paciente y al ejercicio de su autonomía (6).
El principio de justicia establece la igualdad en dignidad de toda persona, por lo que no se pueden justificar discriminaciones basadas en criterios raciales, religiosos o ideológicos. En este principio se debaten dos teorías de justicia: la liberal, que considera que se ha de dar a cada uno según sus recursos, y la socialdemócrata, que considera que los recursos se han de distribuir equitativamente, con apoyo específico a los más desfavorecidos. Se ha propuesto como modelo de aplicación de esta teoría el del "observador ideal": se trataría de un personaje imaginario que ante un caso concreto, por ejemplo, a quién se debe elegir de entre dos potenciales candidatos a un trasplante cardiaco, fuese omnisciente -que conociese el mayor número posible de datos-; omnipercipiente -capaz de percibir los aspectos personales implicados-; desinteresado -que no actuase por móviles egoístas o interesados-, y desapasinado -que aunque empatice con la situación de las personas afectadas, sin embargo, esta implicación no le debe condicionar- (5).
Indiscutiblemente la aceptación común de estos cuatro principios éticos no significa que las respuestas éticas ante la problemática bioética sean coincidentes. Con frecuencia estos principios entran en conflicto, y surge el interrogante de cuál de ellos debe ser privilegiado. Afortunadamente, la experiencia ha demostrado que, aún en una sociedad pluralista, es posible abordar la compleja problemática de la bioética mediante el diálogo y un lenguaje común, para percibir dónde se sitúan los puntos de consenso y de discrepancia (5).
La aplicación de una metodología correcta proporciona el marco para la adopción de decisiones de índole ética que garanticen, aclaren y aseguren, los derechos y responsabilidades a una sociedad cada vez más desconfiada. Por ello, el análisis de casos clínicos, también denominados "casos de conciencia", forma parte muy importante en el desarrollo de la actual bióetica. Se han desarrollado diversas metodologías que ayudan a estudiar de forma pormenorizada las diferentes circunstancias presentes en cada situación, dónde se sitúan los conflictos éticos y qué respuesta permite salvar mejor los principios éticos implicados, así como las opciones éticas de las personas afectadas (5).
BIBLIOGRAFÍA