Georges de la Tour, artífice de obras de enigmática belleza, dota a
esta delicada escena de una cierta ambigüedad. Desviste al lienzo de
atributos iconográficos sacros y a la vez nos desconcierta
sabiamente con el tratamiento de la luz y el extático clima. La
mujer que ayuda a la madre del niño porta una vela, que no es
fácilmente visible en un rápido acercamiento visual, de forma que
pudiera parecer que la claridad emana de la propia escena. El bebé,
realmente un neonato, es un alarde de ternura y fidelidad
naturalista. Aparece fajado, según aconsejaba la creencia de que el
permitir el libre movimiento de los pequeños favorecía su
enfriamiento y enfermedad, por lo que era corriente que a las pobres
criaturas se les mantuviera rígidas hasta cumplir los seis meses.
La
intimista escena atesora una "falsa simplicidad" técnica y
figurativa. El tratamiento aparentemente es casi minimalista, pero,
en realidad, el artista trabajaba la forma y el color con paciencia
miniaturista y maduraba cada detalle para dotar a sus obras de una
notable fuerza psicológica. El intenso claroscuro y el estatismo
gestual crean esa tensión emocional, tan característica suya, que
nos incita, más que a meramente contemplar, a imaginar, a poner en
acción nosotros mismos, con nuestro "punto de vista", sus, sólo
aparentemente, inmóviles actores. Su original "tenebrismo" resulta
cálido, gracias a la morbidez de los volúmenes y la intensidad de
los colores esculpidos por una luz genialmente orientada. El
resultado es un ambiente de serenidad, una atmósfera suspendida que
invita a la meditación.
Feliz Navidad, tiempo de reflexión, de
reencuentro o de merecido descanso a todos los lectores de REMI.
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Beatriz Sánchez Artola
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Diciembre 2003. Envía tu
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