Bohemio, curioso y ecléctico, el modernista y moderno Regoyos es
ante todo un experimentador nato, que explora con avidez y eficacia
cuantas tendencias se ponen ante sus ojos -impresionismo,
naturalismo, puntillismo, simbolismo...- y un “activista” del arte,
promotor de agrupaciones de renovadores y convirtiéndose él mismo en
su obra tardía en un verdadero precursor de las vanguardias
pictóricas españolas.
Buscador infatigable de instantáneas,
recorrió de punta a punta la geografía española. San Sebastián,
Burgos, Toledo, Madrid, Barcelona, Alicante, Almería… De los usos,
costumbres y paisajes de todas ellas deja amplia constancia, con las
visiones más variadas: oscura, aunque no trágica, en la serie “La
España negra”, y amable como en “La Concha, nocturno”, pintoresca y
cosmopolita, tradicional e innovadora…
El cuadro “Viaducto de Ormaiztegui”
es una de las bellas postales del paisaje vasco pintadas por el
asturiano. Una luz suave y ligeramente lánguida aporta un contraste
e intensidad cromática a los jugosos verdes, matizados por ocres. El
estatismo del entorno, aparentemente inmutable, es apenas perturbado
por la marcha majestuosa del signo de los nuevos tiempos y su estela
de humo gris y azulada. Dividiendo el espacio, se alza una magnífica
estructura de hierro, idealizada en azul.
El ferrocarril, como fuente
extraordinaria de progreso y comunicación, tenía por fuerza que
ejercer una gran atracción para una mentalidad abierta y nómada como
la de Regoyos. La “afición” venía además de familia, pues su padre,
Darío, el afamado arquitecto e ingeniero artífice del madrileño
barrio de Argüelles, había dirigido las obras de construcción de la
vía férrea al paso por Ribadesella. El gusto del pintor por este
tema como nuevo elemento poético queda patente en otros cuadros como
“El túnel de Pancorbo” y el curioso “Viernes Santo en Castilla”.
Por su parte, el puente de hierro de
la línea Madrid-Hendaya situado en el bello pueblo guipuzcoano de
Ormaiztegi e inaugurado en 1864, constituye una espléndida obra de
arte de la ingeniería del siglo XIX. Su autoría fue atribuida
clásicamente a Eiffel, pero algunas evidencias documentales parecen
rebatir este dato. Actualmente, se acepta que la empresa
adjudicataria de las obras fue M.M. Enest Gouin et cie., aunque no
está claro quién fue el ingeniero autor del diseño. En 1996, con la
finalización de las obras de un nuevo viaducto adyacente, el antiguo
quedó fuera de uso para permanecer como monumento emblemático.
Sorprendentemente –al igual que sucediera con obras maestras como la
mismísima Torre Eiffel- diversos argumentos, fundamentalmente
económicos, a punto estuvieron de hacer dar con sus hierros en el
desguace a este “resurrecto” de los terribles acontecimientos
históricos.
Las dificultades que afrontó Regoyos
no fueron pocas: la desigual aceptación de su obra, las enfermedades
de sus familiares y su propio padecimiento, un cáncer lingual, que
le causó gran sufirimiento en sus días postreros. A pesar de todo
ello, no perdió su carácter vitalista y su capacidad de trabajo;
continuó pintando y organizando exposiciones. En 1913 viaja a
Heildelberg, donde acudió para recabar una segunda opinión de manos
de un afamado oncólogo, que le indicó idéntico tratamiento al que
había recibido en Barcelona, esto es, radioterapia, que
desafortunadamente no pudo evitar su muerte en ese mismo año.
Enlaces:
- Exposición “La pintura española de la era industrial
1800-1900. Madrid, 1999. Muestra virtual mantenida por la
Fundación Arte y Tecnología de Telefónica.
http://www.telefonica.es/fat/bienvenida.html
- Ormaiztegui.
http://www.paisvasco.net/gipuzkoa/ormaiztegi.html
- Javier Tusell, Juan San Nicolás Santamaría. Darío de Regoyos:
impresiones del Norte. Madrid: Fundación Santillana, 2000.
- Valeriano Bozal, Iñaki Moreno Ruiz de Eguino, Juan San
Nicolás. Darío de Regoyos 1857-1913. Madrid: Fundación Cultural
Mapfre Vida, 2002.
Beatriz Sánchez Artola
©REMI,
http://remi.uninet.edu,
febrero 2004
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