Gracias a la generosidad de la familia Sorolla,
podemos disfrutar de la casa-taller, ahora Museo, del pintor en
Madrid; un refugio encantador en medio del bullicio madrileño. Se
edificó bajo la dirección del arquitecto Enrique Repullés, si bien
Sorolla supervisó y participó muy activamente en cada fase del
proyecto. El pintor puso cuidado exquisito en todos los detalles de
cada estancia, se ocupó de los accesos de luz natural del taller,
tres salas contiguas de elevados lucernarios, del diseño de los
jardines de inspiración andaluza, de la magnífica colección de
cerámica y metalistería…
Lamentablemente, con tan
sólo 57 años Sorolla sufrió un ictus mientras retrataba a la esposa
de Pérez de Ayala y quedó hemipléjico. Tres años depués, falleció,
dejándonos un impresionante legado de más de cuatro mil cuadros y
apuntes y cerca de 8.000 dibujos. Tras la muerte del genial pintor,
su esposa, Clotilde, dispuso que ambos, casa y obra particular,
quedaran a disposición del pueblo español.
En la segunda sala del
primer piso de este bello palacete, junto a otras exquisitas obras
de playa, se encuentra una de las piezas claves del maestro
levantino, La bata rosa. Reproduce con gran encanto una
sencilla escena veraniega: una joven se despoja de su ropa mojada
tras un baño en aguas mediterráneas. Como siempre, Sorolla nos
fascina con su dominio en el dificilísimo arte del verismo lumínico.
Nadie como él logró captar todas las transparencias, todos los
efectos de la luz natural, cualquiera que fuera el momento del día.
La bañista adopta una
postura de inspiración helénica. Su pelo delicadamente recogido en
la nuca, su figura voluptuosa, la sinuosa túnica que la cubre
dejando al descubierto el dorso de los pies, y hasta el mismo
altillo a modo de pedestal sobre el que que se yergue, evocan la
imagen escultórica de las deidades griegas. A semejanza de ellas,
Sorolla adopta el canon de Polícrates, el de las siete cabezas y
media. Un elegante guiño clásico, revestido de una deliciosa
cotidianeidad.
Por el pequeño resquicio que
deja el cañizo en el margen izquierdo del lienzo vemos, levemente,
el paisaje que tanto amaba el pintor, el mar. Descubrimos la arena
dorada entre las cañas rotas y percibimos la frescura de la brisa
que cimbrea el toldo.
La mujer,
despreocupadamente, va a quitarse su vestido mojado, con la ayuda de
otra sonriente mujer con quien parece tener gran complicidad y que
lleva en su brazo ropa seca blanca, un vestido o quizá una sábana.
Sorolla consigue que el sol se filtre magistralmente entre las
cañas, produciendo unos soberbios efectos de color en el tejido
asalmonado.
El conjunto está pintado con
pinceladas gruesas y ricos empastes y únicamente el fondo y el
cortinaje se perfilan con trazos más ligeros. Sin embargo, el lienzo
resulta absolutamente liviano y fluido. Es, sin duda, una obra
maestra, un cuadro “vivo”, ante cuya contemplación tenemos la
sensación de que la muchacha, de un momento a otro, fuera a girar la
cabeza para dirigirse a sus visitantes.
Enlaces:
-
Museo Sorolla de Madrid [Enlace]
-
Museo de Bellas Artes de Valencia
[Enlace]
-
Fundación Bancaja, Valencia [Enlace]
-
Sociedad Hispánica de América (Hispanic
Society of America) [Enlace]
-
Museo
Getty
[Enlace]
-
Fine Arts Museum of San Francisco [Enlace]
-
Joconde DataBase [Enlace]
- National Portrait Gallery (London) [Enlace]
-
San Diego Museum of Art
[Enlace]
- Washington University Gallery of Art [Enlace]
Beatriz Sánchez Artola
©REMI,
http://remi.uninet.edu,
julio 2004
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