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El cuadro de Joseph-Benoît
Suvée «Butades o el origen de la pintura» (1791) representa a una
joven mujer de Corinto, hija de un artesano llamado Butades, que,
con un carboncillo y siguiendo la sombra proyectada a la luz de una
vela, traza en una pared la silueta de la cabeza de su amante, que
está a punto de marcharse, para así conservar su imagen, o acaso,
como dicta la tradición primitiva, también su alma.
En su Historia Natural, Plinio el Viejo relata este mito del origen
de la pintura: "La cuestión sobre los orígenes de la pintura no
está clara [...]. Los egipcios afirman que son ellos los que la
inventaron seis mil años antes de pasar a Grecia [...]. De los
griegos, por otra parte, unos dicen que se descubrió en Sición,
otros en Corinto, pero todos reconocen que consistía en
circunscribir con líneas el contorno de la sombra de un hombre. |
Así fue, de hecho, su primera etapa; la segunda empleaba sólo un
color cada vez y se llama monocroma; después se inventó una más
compleja y esa es la etapa que perdura hasta hoy. [...]. La primera
obra de este tipo (plástica) la hizo en arcilla el alfarero Butades
de Sición, en Corinto, sobre una idea de su hija; enamorada de un
joven que iba a dejar la ciudad: la muchacha fijó con líneas los
contornos del perfil de su amante sobre la pared a la luz de una
vela. Su padre aplicó después arcilla sobre el dibujo al que dotó de
relieve, e hizo endurecer al fuego esta arcilla con otras piezas de
alfarería. [...]".
Esta leyenda, que ha
sido representada por otros artistas, como
Felice Giani,
Jean-Baptiste Regnault,
Joseph Wright de Derby o
Louis-Jean-François Lagrenée, el Mayor,
trata de la creencia según la cual la pintura no surge de la
percepción real, sino de la memoria de la imagen construida a partir
de una sombra.
Pero el lienzo es,
sobre todo, la anticipación de la ausencia del objeto de deseo,
pérdida que será paliada por el recuerdo gráfico.
El pintor de Brujas,
contemporáneo de otro gran “neoclásico”, Jacques-Louis David,
utiliza el claroscuro de forma bien hermosa en esta composición de
cromatismo delicado y formas puras en la que no hay notas
disonantes. Crea una escena cargada de intimismo, donde la
oscuridad es rota únicamente por la luz que emana de una candela y
que se proyecta directamente en la figura femenina, modelándola
tenuemente, tornándola rotunda y ligera a un tiempo.
La estática y
extática, casi mística, actitud del joven contrasta con la aparente
serenidad de la mujer, para quien lo más importante en este instante
parece ser separarse del olvido mediante una delgada línea: la del
perfil que suplirá la inminente ausencia.
Bibliografía:
-
Sir James George
Frazer. El alma como sombra y como reflejo. En: La rama dorada,
Capítulo XVIII, Los peligros del alma. Madrid: Fondo de Cultura
Económica, 10ª reimpresión, 1999.
-
Plinio El Viejo
(Cayo Plinio Cecilio Segundo).
Naturalis Historiae, Liber XXXV. Libro XXXV. En:
Lacus Curtius.
-
Frances Muecke.
Taught by Love: The Origin of Painting Again. Art Bulletin 1999; 81:
297-302.
-
Victor I. Stoichita.
Breve historia de la sombra. Madrid: Ediciones Siruela (Colección La
Biblioteca Azul, nº 14), 2ª edición, 2000.
Beatriz Sánchez Artola
©REMI, http://remi.uninet.edu.
Mayo 2003. Envía tu comentario para su
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