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Revista Electrónica de Medicina Intensiva
En voz baja. Vol 3 nº 10, octubre 2003.
Autores: Alfredo Serrano Moraza y Andrés Pacheco Rodríguez

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Peter Safar (II): El hombre

Hijo de padre oftalmólogo y madre pediatra, tuvo acceso a la floreciente herencia cultural de la Viena de los años 30 (nace el 12 de abril de 1924). Todavía muy pequeño, contempla con asombro el mundo que su padre, Karl Safar, le muestra bajo la lente del microscopio: un mundo diminuto más benévolo que el que pudieron ver sus ojos de niño en aquella vieja Europa.


Eran tiempos difíciles. En 1939, Hitler se “anexiona” Austria. Debido a su ascendencia judía (su abuelo por parte de su madre, Vinca Landauer), con apenas quince años, tras su graduación, es enviado a un campo de trabajo, donde cava zanjas y se arrastra por el barro.

En 1942 es llamado a las filas alemanas, en una situación que jamás aceptó para la que él solía llamar la “generación atrapada”. De aquella época se conservan las anécdotas que le permitieron evitarlo. Así, vestido con el uniforme alemán y un grueso jersey de lana, acude a la ópera, lo que le provoca un profuso eczema que le libra del viaje a Stalingrado. Meses más tarde, unta su cuerpo con una solución oleosa para el diagnóstico de la tuberculosis, enfermedad que padeció levemente en la infancia. La extraña reacción aplaza el encuentro con su destino. En los meses posteriores trabaja a tiempo parcial como paramédico y enfermero de cuidados intensivos, atendiendo a pacientes quemados que provienen del frente.

Gracias a un oficial que decide ignorar su origen, en 1943 es admitido en la facultad de medicina de Viena. Declarado “inútil” para el ejército en 1944, celebra su 21 cumpleaños con un soldado soviético con motivo de la liberación de Austria. Por aquella fecha conoce a Eva Kyzivat, su futura esposa de 17 años, en una fiesta universitaria. Peter recuerda aquella época con fascinación. De vuelta a Viena tras su formación en cirugía en Yale, la estación de tren sirve de testigo para un romántico encuentro con Eva, a la que pide en matrimonio (1950): “vente conmigo a EE.UU.”

Los primeros años en Baltimore no resultan fáciles. El departamento de inmigración no siempre proporcionaba un trato de favor a los recién llegados y, en un fabuloso azar del destino, los pacientes críticos que ingresan en el Baltimore City Hospital le muestran la más cruda realidad: apenas el 5 % llega con signos vitales. Gracias a sus grandes dosis de inteligencia práctica y sensibilidad hacia el sufrimiento, Peter va abordando los problemas uno a uno hasta construir un auténtico edificio, primero en las calles y más tarde en su propia unidad.

Desde el principio descubre que los cuidados prehospitalarios son el punto de enlace entre la resucitación por el testigo y los cuidados intensivos hospitalarios. Pero no lo hizo por la vía fácil: junto con Nancy Caroline, selecciona el personal paramédico de entre los parados de color de uno de los ghettos de la ciudad.

Mientras desarrolla una actividad incansable, Eva recuerda aquellos años de estrechez económica, en que comenzó siendo ama de llaves para más tarde acabar compaginando su labor como técnico de banco de sangre con la de docente en el Museo de Arte Carnegie.

Todas las facetas del arte le hacían sentirse en casa. El tiempo libre les permitía compartir sus aficiones. Desde su más tierna infancia, Viena les mostró el camino de la música, que nunca faltó en el hogar. Un amigo era siempre un amigo para los Safar, y el hogar su escenario más preciado. Por su casa fueron pasando sus más allegados colaboradores y alumnos, que acabaron siendo protegidos suyos.

Una madrugada de 1966, mientras Peter se encontraba en una conferencia en Chicago, su pequeña Elizabeth, asmática conocida, sufre un status asmaticus a la edad de 12 años del que acaba falleciendo. Este episodio espolea aún más su afán investigador, y le mueve a diversificar sus esfuerzos hacia la resucitación cerebral, la donación de órganos y el diagnóstico de muerte cerebral.

Aunque pacifista hasta el extremo, y miembro de la International Physicians for the Prevention of Nuclear War, mantuvo una cordial relación personal (e investigadora) con sus colegas en el ejército, con especial dedicación a la ayuda humanitaria y el cuidado y resucitación de las heridas de guerra.

En una ironía del destino, funda el International Resuscitation Research Center en el solar de una antigua empresa de pompas fúnebres. En un alarde de su más fino humor, describe el camino de la “resurrección a la resucitación”. Desde 1994, se denomina “Safar Center for Resuscitation Research”, de acuerdo con la propuesta honorífica de su amigo y colaborador Pat Kochanek.

Humanista y romántico, era un hombre de cultura en su más amplia extensión. En el fondo, la medicina no era para él sino un arte más. Era un consumado pianista -especial admirador de Mahler y Bruckner- y un avezado bailarín de vals junto con Eva. Así, mientras uno de sus hijos es un abogado militar, el segundo trabaja como profesor de música y compositor.

Con motivo de su 70 cumpleaños, recogió en un pequeño ensayo lo que sus colaboradores denominaban las “leyes de Safar”. Entre ellas se pueden leer las siguientes perlas: “cuando no tengas un desafío, fabrícalo”, ”si no puedes ganar, cambia las reglas”, “la perfección no es una opción”, etc. Aún a pesar de su lucha contra la enfermedad en los últimos dos años, no renunció al trabajo. Su secretario todavía le recuerda en el pasado cuando estuvo trabajando en su escritorio con una vía IV. Como a él le gustaba decir: “cuanto más rápido te mueves, más lento pasa el tiempo y más tiempo vivirás”.

Alfredo Serrano Moraza, Andrés Pacheco Rodríguez
©REMI, http://remi.uninet.edu. Octubre 2003.

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última modificación: 01/07/2007