|
Capítulo 12. 4. Cuidados Intensivos pediátricos
INTRODUCCIÓN. INSUFICIENCIA CARDIACA CONGESTIVA |
|
Los cuidados intensivos pediátricos, siendo parecidos a los de adultos, entrañan diferencias de muy variada índole, enraizadas todas en el hecho de que la infancia es un periodo de crecimiento y maduración activos. Se requieren unos conocimientos básicos del desarrollo anatómico, fisiológico y psicológico del niño para poder atenderle de forma integral, pero desde la perspectiva del intensivista, quién primero actúa basado en aspectos fisiopatológicos, antes incluso de llegar a un diagnóstico. En el niño podemos encontrar patologías comunes con el adulto, pero además, aquellas propias de la infancia (v.g malformaciones congénitas, metabolopatías). Otras veces, la diferencia está en la forma de reaccionar ante una misma enfermedad, lo que condiciona la aparición de signos atípicos que a su vez pueden variar según las edades (recién nacido, lactante y niño mayor). La solidaridad funcional, o afectación de múltiples órganos o sistemas tras la alteración primaria de uno de ellos, la falta de signos subjetivos, la escasa o nula colaboración del paciente en la exploración física y la necesidad de realizar la anamnesis a través de terceras personas son, entre otras, características propias de esta etapa de la vida. Los métodos diagnósticos, tanto instrumentales como radiológicos y analíticos, van a diferir con frecuencia respecto al adulto, unas veces porque son específicos para la edad pediátrica, otras porque la técnica de realización es diferente, o porque su interpretación es distinta, lo que es más importante, ya que según los resultados se adoptarán medidas de actuación que pueden ser trascendentales para la evolución del paciente. La monitorización invasiva va a estar limitada en muchos casos por motivos anatómicos, sobre todo en neonatos y lactantes, por su pequeño tamaño, requiriendo, en cualquier caso, más habilidad y destreza para la realización de las distintas técnicas. Existen otro tipo de limitaciones debidas, principalmente, a diferencias fisiopatológicas: la monitorización de arteria pulmonar es menos frecuente en el niño ya que rara vez va a presentar un fallo de ventrículo izquierdo aislado, aunque sin duda existen otras indicaciones; no es habitual la realización de tests de función pulmonar, porque además de la falta de cooperación del niño, existen también problemas técnicos debido a escasez de material adecuado a esta edad. Estas limitaciones pueden suponer en muchos casos un riesgo que se tendrá en cuenta, frente a los posibles beneficios, antes de indicar una determinada técnica. El desarrollo de la monitorización no invasiva estaría plenamente justificada en el campo de los cuidados intensivos de niños. La terapéutica ofrece igualmente diferencias, como la especial susceptibilidad y tolerancia a determinados medicamentos y la necesidad de dosificarlos en función de la edad, el peso o la superficie corporal, e incluso del estado de nutrición. Además, la inmadurez orgánica e inmunitaria, tanto más cuanto menor es el niño, a menudo condiciona una rápida evolución de algunas patologías, obligando a adoptar en muchas ocasiones una actitud terapéutica anticipatoria y agresiva. Por último, el niño debe ser considerado como individuo y como miembro de un grupo social que es la familia. Aunque el niño no tiene poder de consentimiento, debemos intentar explicarle y hacerle partícipe de hechos concretos de su tratamiento, siempre que el estado y la edad del niño lo permitan. La asistencia en la UCIP, que separa al niño de sus padres y le somete a inmovilización y procedimientos dolorosos, puede resultar extremadamente estresante para el niño, sobre todo si no es capaz de expresar sus necesidades. Por tanto, se pondrá especial cuidado en proporcionar analgesia y sedación adecuada al procedimiento que se tenga que realizar, en facilitar que los padres estén el máximo tiempo con el niño, participando en su cuidado (v.g. alimentación), y que disponga de sus juguetes favoritos, si es posible. Los padres deben ser correctamente informados acerca de su situación médica, facilitándose apoyo psicológico si es necesario. Por todo esto, la asistencia del niño críticamente enfermo debe ser realizada en unidades de intensivos pediátricos a cargo de personal especializado y dedicación continua. En este capítulo hemos desarrollado algunos temas de la patología mas relevante del niño crítico, destacando los aspectos diferenciales con respecto al adulto. 1. INSUFICIENCIA CARDIACA CONGESTIVA La insuficiencia cardiaca es un síndrome clínico que refleja
la incapacidad del miocardio para satisfacer las demandas tanto circulatorias
como metabólicas del organismo, incluidas las necesarias para garantizar
un adecuado crecimiento en el niño, o no puede hacerlo sin el uso
excesivo de mecanismos de compensación, o lo consigue a base de
unas presiones de llenado ventriculares muy elevadas.1,
2
Los mecanismos básicos de la insuficiencia cardiaca son los mismos
en todas las edades, pero las causas más frecuentes, el comienzo
y a menudo el enfoque terapéutico varían con la edad. Esta
situación puede aparecer a consecuencia de una sobrecarga excesiva
de volumen o de presión impuesta al músculo cardiaco, debido
a enfermedad primaria del miocardio, secundariamente a alteraciones metabólicas,
o por una combinación de lo anterior. Las cardiopatías congénitas
son la causa más frecuente de insuficiencia cardiaca en el periodo
perinatal, lactante y niño pequeño, mientras que en los niños
más mayores predomina la patología cardiaca adquirida (Tabla
1).3 Las manifestaciones clínicas
van a variar dentro de un amplio espectro de posibilidades, desde aquella
situación de agotamiento absoluto de la reserva cardiaca (shock
cardiogénico) a tan sólo descompensación durante el
ejercicio, junto con signos menores de adaptación, como dilatación
o hipertrofia cardiaca. La insuficiencia cardiaca congestiva (ICC), combinación
de fallo derecho e izquierdo cardiacos, es la que suele presentarse en
el niño, porque la interdependencia de ventrículos hace difícil
distinguir entre uno y otro.
El desarrollo de la ecocardiografía fetal ha permitido el diagnóstico de ICC intrauterina (hidrops fetalis), siendo los hallazgos principales: edema del cuero cabelludo, ascitis, derrame pericárdico y disminución de los movimientos fetales.4, 5 En el pasado, la causa más frecuente era la anemia secundaria a hemólisis por enfermedad Rh, transfusión feto-materna o anemia hipoplásica, pero en la actualidad se relaciona sobre todo con arritmias cardiacas. Otras causas son las insuficiencias valvulares, fístula arteriovenosa sistémica, cierre prematuro del agujero oval y miocarditis. La disfunción miocárdica es relativamente rara en el recién nacido y se asocia con problemas típicos perinatales como asfixia, sepsis e hipoglucemia, o bien con miocarditis. Son los defectos estructurales cardiacos, que no se manifestaban intraútero al estar el aparato circulatorio dispuesto en paralelo y con una elevada resistencia pulmonar, los responsables principales de ICC en el recién nacido, coincidiendo con el cierre del ductus arterioso y con la caída de las resistencias vasculares pulmonares. De estos defectos estructurales van a ser los asociados a obstrucción de cavidades izquierdas los que se manifiesten precozmente en esta etapa de la vida por signos y síntomas de ICC, ya que la obstrucción de cavidades derechas va a tener la posibilidad de descompresión a nivel del agujero oval, provocando cianosis por shunt derecha-izquierda en vez de ICC. Las comunicaciones entre el lado derecho e izquierdo del corazón que dan lugar a sobrecarga de volumen, dilatación ventricular e ICC tampoco es habitual que se manifiesten en este periodo, debido a que las resistencias vasculares pulmonares están elevadas e impiden el cortocircuito izquierdo-derecho. La disminución de estas resistencias a partir de la tercera o cuarta semana de vida favorecerá este paso y desencadenará los acontecimientos que establecen la ICC. Una excepción la constituye el recién nacido prematuro en el que las resistencias vasculares son bajas debido a que sus arteriolas pulmonares son de gran calibre y de paredes delgadas, por lo que este tipo de cardiopatías con comunicación izquierda-derecha pueden producir ICC ya desde las primeras horas o días de vida. Otras excepciones se producen cuando se asocian comunicación izquierda-derecha y lesiones obstructivas de cavidades izquierdas, en caso de grandes fístulas arteriovenosas sistémicas y en ventanas aortopulmonares, donde las resistencias pulmonares no limitan el shunt al ser éste masivo. Las arritmias cardiacas y las alteraciones hematológicas (anemias y policitemias) son otras posibles causas de ICC en el periodo neonatal. Son sobre todo los defectos estructurales cardiacos. Las comunicaciones entre circulación sistémica y pulmonar, si son suficientemente grandes, una vez han disminuido las resistencias vasculares pulmonares, se ponen francamente de manifiesto por ICC, al igual que las cardiopatías complejas (D-TGA con DSV, ventrículo único, atresia tricúspide). Los defectos septales auriculares por lo general no la producen, salvo el retorno venoso pulmonar anómalo total. Las alteraciones del músculo cardiaco más frecuentes a esta edad son el origen anómalo de la arteria coronaria izquierda, fibroelastosis endocárdica, enfermedad de Pompe, deficiencia sistémica de carnitina y la miocarditis inflamatoria. Otras causas menos frecuentes son la insuficiencia renal, hipertensión sistémica, hipotiroidismo, enfermedad de Kawasaki y una sepsis grave. En este periodo de la vida la mayoría de las cardiopatías
congénitas han sido corregidas quirúrgicamente, pero pueden
provocar ICC debido a lesiones residuales, regurgitación de una
válvula atrioventricular en canales A-V intervenidos años
antes, o en caso de derivaciones sitémico-pulmonares paliativas.
En el niño más mayor y en el adolescente las causas principales
suelen ser cardiopatías adquiridas como la fiebre reumática,
miocarditis vírica, endocarditis bacteriana y, la cada vez más
frecuente, miocardiopatía asociada a SIDA. Otras causas no cardiacas
en origen son de menor importancia, como la hipertensión arterial,
tirotoxicosis, toxicidad por fármacos antineoplásicos (doxorrubicina),
anemia de células falciformes o el cor pulmonale secundario a fibrosis
quística.
El gasto cardiaco, fiel reflejo de la función del miocardio,
viene regulado por la integración de una serie de determinantes,
independientemente de la edad: a) la precarga o volumen telediastólico
ventricular (VTDV), b) la postcarga que se relaciona con la fuerza total
que se opone al vaciado ventricular, c) la contractilidad cardiaca o capacidad
intrínseca del corazón para generar una fuerza al contraerse
y que es independiente de la precarga y postcarga, y d) frecuencia cardiaca.7,
8
Son mecanismos que se establecen en lactantes y niños para modular la función cardiaca y la circulación cuando el corazón se hace insuficiente.1, 6 Estos incluyen dilatación e hipertrofia ventricular, estimulación adrenérgica, modificaciones en el transporte de oxígeno, cambios locales en la circulación pulmonar, renal, hepática y periférica, y efectos sobre el metabolismo y crecimiento corporal. La primera respuesta del corazón ante una sobrecarga de volumen, presión o alteración intrínseca del miocardio es mediante la ley de Frank-Starling, es decir aumentando el volumen telediastólico que incrementa el volumen latido. Pero ésto aumenta la tensión de la pared y los requerimientos de oxígeno. Esta capacidad de respuesta está limitada en el niño, y empeora en situaciones como anemia o fiebre por alteraciones en el transporte o en el consumo de oxígeno. 1.3.2. Hipertrofia ventricular Cuando la situación de sobrecarga se prolonga en el tiempo, el
corazón se hipertrofia, siendo éste otro mecanismo de compensación
que en virtud de la ley de Laplace disminuye la tensión de la pared
permitiéndole generar más fuerza. Los inconvenientes son
que aumenta el consumo de oxígeno, aumenta el tejido fibroso lo
que disminuye globalmente la capacidad contráctil y que la vascularización
coronaria no aumenta en la misma proporción que la masa miocárdica,
pudiendo aparecer fenómenos isquémicos, sobre todo a nivel
subendocárdico.
1.3.3. Mecanismos neurohormonales El aumento de la actividad adrenérgica, norepinefrina y adrenalina,
ocurre de forma aguda ante cualquier caída del gasto cardiaco. Su
acción beta-adrenérgica aumenta la contractilidad y la frecuencia
cardiaca, y la acción alfa-adrenérgica produce vasoconstricción
con redistribución del flujo hacia el miocardio y sistema nervioso
central, en detrimento de la perfusión renal, hepática, gastrointestinal
y periférica. La activación del sistema renina-angiotensina-aldosterona
ocurre en segundo lugar y tiene como finalidad la retención de sodio
y agua, además de un efecto vasoconstrictor añadido. Si la
situación se cronifica, estas medidas compensadoras tienen sus efectos
negativos al aumentar la postcarga y los requerimientos energéticos,
a la vez que se instaura el fallo de otros órganos vitales por hipoperfusión.
La retención de sodio y agua aumenta la precarga hasta el punto
de provocar congestión venosa sistémica y pulmonar, apareciendo
edemas, visceromegalias y comprometiendo la hematosis. Si la precarga sigue
aumentando podemos situarnos en la rama descendente de la curva de Frank-Starling
lo que supone una caída del gasto, cerrándose así
un círculo vicioso. Una disminución de la precarga en este
caso mejoraría el rendimiento cardiaco.
1.3.4. Transporte de oxígeno hemático Es otro mecanismo compensador que mejora la oxigenación de los tejidos. Existe una desviación hacia la derecha en la curva de disociación de la hemoglobina a través del 2,3-difosfoglicerato y de un aumento en el valor del P50. Este mecanismo se ve en niños con ICC y estados cianóticos, y es proporcional a la cianosis y a la reducción del gasto cardiaco. Los signos y síntomas de la ICC son consecuencia del bajo gasto cardiaco, de los mecanismos de adaptación y de la congestión venosa sistémica y pulmonar. Estas manifestaciones tendrán connotaciones distintas según se trate de un lactante o de un niño más mayor, y dependerán también del grado de afectación de la función cardiaca.1, 3 1.4.1. Signos de disfunción miocárdica La cardiomegalia es el signo más consistente de ICC y es debida a dilatación y/o hipertrofia ventricular. Puede faltar en los estadíos tempranos de algunas patologías como miocarditis, taquiarritmias y drenaje venosos pulmonar anómalo total con obstrucción del colector. La taquicardia, en general por encima de 160 lpm en lactantes y de 120 lpm en niños mayores, es otro signo importante. En niños mayores un aumento excesivo de la frecuencia con el ejercicio, o si tarda en recuperar valores normales tras éste, también debe hacer sospechar disfunción miocárdica. Las taquiarritmias o los bloqueos pueden ser por sí mismos las causas de ICC. Un ritmo de galope tiene más valor en el recién nacido y lactante que en el niño mayor donde un tercer tono puede ser fisiológico. Puede haber datos de disminución de la perfusión periférica, extremidades frías, pulsos periféricos débiles, enlentecimiento del relleno capilar y descenso de la tensión arterial, o bien unos pulsos “saltones” y llenos en casos de gasto elevado como ocurre en presencia de grandes fístulas arteriovenosas, shunts izquierda-derecha o anemias severas. El pulso paradójico se ve a veces en niños mayores y es debido a grandes oscilaciones de las presiones intrapulmonares que afectan al llenado ventricular, provocando disminución de la presión arterial en inspiración y su elevación en la espiración. Es típico del taponamiento cardiaco y también de los grandes shunts izquierda-derecha. El pulso alternante es también propio, aunque poco frecuente, de niños mayores y consiste en una alternancia de pulsos fuertes y débiles a intervalos regulares, que se aprecia más fácilmente al controlar la presión arterial y se atribuye a una alteración del volumen telediastólico ventricular izquierdo por recuperación incompleta del miocardio en latidos alternativos. La sudoración excesiva es un signo típico de la primera infancia, sobre todo durante la toma de alimento, y es consecuencia del aumento de actividad del sistema nervioso autónomo. La malnutrición es de origen multifactorial, por dificultades para alimentarse, anorexia, vómitos, y en definitiva, por un aumento de los requerimientos energéticos con disbalance entre las entradas y el gasto secundario que representa la respiración, la ingesta y un hipermetabolismo debido al exceso de catecolaminas. Algunos niños además pueden presentar enteropatía pierde-proteínas y malabsorción de grasas lo que acentúa aún más la malnutrición 1.4.2. Signos de congestión pulmonar Constituyen los signos más típicos de ICC en el lactante y suelen aparecer antes que los signos de congestión sistémica. La taquipnea es el aumento de la frecuencia respiratoria (mayor de 60 rpm en recién nacidos y de 40 rpm en el lactante) con disminución del volumen tidal y es debida a edema pulmonar intersticial o a hiperaflujo pulmonar. Si la situación se agrava el edema es alveolar y bronquiolar apareciendo signos de dificultad respiratoria, aleteo, retracciones costales y quejido. La hiperpnea son respiraciones rápidas y profundas por estímulo hipoxémico de los quimiorreceptores y es típica del fallo cardiaco derecho como la estenosis crítica de la válvula pulmonar con shunt derecha-izquierda. Las sibilancias son el resultado de la compresión bronquial por los vasos pulmonares distendidos o por aumento de la aurícula izquierda, siendo carasterísticas del fallo cardiaco izquierdo al igual que la auscultación de crepitantes, que sin embargo no es habitual y su presencia denota un proceso grave con edema alveolar, aunque también pueden ser secundarios a bronconeumonía. La cianosis puede ser el resultado de un shunt derecha-izquierda o mezcla de circulación sistémica y pulmonar o, en ausencia de esto, por alteración del intercambio de gases debido a edema pulmonar. La disnea es propia del niño mayor siendo una manifestación del fallo cardiaco izquierdo. Puede aparecer sólo con el ejercicio o incluso en reposo, cuando el proceso está muy avanzado. El equivalente de disnea en el lactante es la dificultad para la alimentación. La tos es debida a congestión de la mucosa bronquial, aunque si es muy intensa se tratará más bien de un proceso respiratorio infeccioso, lo que no es infrecuente debido a la gran facilidad para formarse atelectasias de lóbulos inferiores que secundariamente se pueden infectar. 1.4.3. Signos de congestión sistémica La hepatomegalia es el signo más importante y frecuente de congestión
sistémica, de aparición precoz y desaparición rápida
con el tratamiento si es efectivo. A veces en el lactante se asocia a ictericia.
La distensión venosa del cuello y el aumento del pulso venoso es
otro dato que podemos encontrar en niños mayores y que suele faltar
en el lactante, por la dificultad que supone su exploración al tener
el cuello más corto. En éstos el equivalente sería
una ingurgitación de las venas de las palmas de la manos. Los edemas
periféricos no son hallazgos habituales en los lactantes al estar
casi siempre en decúbito y porque el aumento de la sudoración
impide su aparición. En niños mayores es más frecuente
el edema facial que el periférico y es rara la ascitis.
La radiología hace evidente la cardiomegalia. Un índice cardiotorácico superior a 0.55-0.60 en el recién nacido y mayor de 0.50 en al niño mayor de 1 año sugiere cardiomegalia, siempre que la radiografía se realice correctamente en inspiración (al menos se deben de poder contar 9 costillas por encima del diafragma). También es útil para mostrar alteraciones del patrón vascular pulmonar, ya sea congestión o plétora, y signos de derrame pleural y pericárdico. El ECG no ofrece datos específicos de ICC, pero sí puede aportar los correspondientes a la cardiopatía de que se trate, o poner de manifiesto arritmias, o signos de aumento de cavidades. El ecocardiograma puede dar el diagnóstico del defecto cardiaco, confirmar la dilatación o hipertrofia ventricular y valorar el grado de intensidad de la disfunción miocárdica, tanto sistólica como diastólica, siendo además de gran ayuda para controlar la efectividad del tratamiento. Los gases y pH arteriales reflejarán tanto las alteraciones debidas a compromiso respiratorio por congestión pulmonar (hipoxemia, hipercapnia) o bien hipoxemia secundaria a cardiopatías cianógenas, como una acidosis metabólica por hipoxemia severa o por hipoperfusión sistémica grave como es el caso del síndrome del corazón izquierdo hipoplásico. Otros hallazgos de laboratorio que podemos encontrar son hiponatremia por aumento de la retención de agua en relación al sodio (dilucional), hipocloremia, hipocaliemia y aumento de bicarbonatos asociados al uso de diuréticos de asa (furosemida). La hipoglucemia puede ser una complicación severa de ICC en el lactante por deplección de los depósitos de glucógeno hepático, al igual que la hipocalcemia. Ambas deben ser tratadas enérgicamente, obteniéndose a veces mejorías espectaculares al corregir la hipocalcemia. Los objetivos del tratamiento de la ICC en el niño son reducir
los síntomas de congestión venosa pulmonar y sitémica,
mejorar la función miocárdica y revertir el proceso causal
cuando sea posible. Los métodos utilizados van a variar desde simples
medidas de soporte y sintomáticas hasta tratamientos farmacológicos
y procedimientos intervencionistas complejos, incluida la cirugía,
cuya aplicación viene dictada por la severidad en la condición
del paciente.1, 7
La corrección quirúrgica como tratamiento de las cardiopatías
congénitas tiene prioridad actualmente, con el fin de mantener una
función miocárdica adecuada y prevenir la ICC. El tratamiento
farmacológico estará indicado sobre todo en la disfunción
miocárdica primaria.9
|
|